Los Fantasmas del Edén



Bendito es el tiempo en que vas a rezar, tú mi niño entre niños. Hincado ante los altares que tú mismo has construido desde que tenías uso de razón; con ese entendimiento desde el cual transmites nuestro nombre de nombres al cielo, a la tierra y al mar. Porque ante esos altares colmados de contento y fascinación, te hincas y rezas y rezas, por y para nuestro nombre por siempre amado. 

De dádivas nos alimentas, dádivas que sólo una criatura como tú puede poseer. Porque de tus rezos manan los más admirados sueños que acaban con la existencia de esas distinguidas pesadillas, que, noche tras noche, invaden el arrullo de tu cama. Ésa morada que crees indestructible, conforme te escudas entre ésos aguerridos protectores que moran contigo en un universo en miniatura: los juguetes que fungen como guardianes de tu ser. Todos ellos nobles a su causa. 

Y aunque no puedas escucharnos debes saber que todo está escrito como debe estar escrito todo únicamente para ti; no temas mi niño. No hace falta que escribas eso que día a día escribes desde los escondrijos de tu inocencia cuando tus labios predican las palabras que nos quieres dedicar. No hace falta, no. Siempre estamos contigo, a donde quiera que vas. Nosotros tus "Fantasmas del Edén" somos uno contigo. 

Porque tus rezos son meritorias ofrendas, ofrendas en esas manos que desnudas se persignan en ese precioso tiempo en el que hablas con nosotros en tus oraciones, niño, pues la beatitud de tu añoranza es nuestra señal y virtud eterna. Y el fulgor de tu existir, ese que crees insignificante, es la más preciada de las cosas a la que podemos alcanzar con fantasmales manos en el eco de la egregia creación a la que tanto amamos. 



 

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