El Corazón que debió Cantar

 


La historia de mi vida inicia con un nacimiento que no pude predecir. Me han llamado "El Sin Música" desde que he nadado en las memorias que me precedieron desde que sé que vivo. Y vivo porque así lo he decidido, pese a que estoy enfermo: no puedo cantar. Una rara anomalía para una raza que se caracteriza por tener corazones parlanchines, hechos de nubes, de fuego, de flores, de plomo, de tormenta, de cielo, de risas, de momentos y, de una eternidad, que siempre pensé no me bendeciría. 

Se dieron cuenta que no cantaba cuando fue ella pequeña. Ninguna tonada había manado de mí desde que latí por esa vez que me pidieron hacerlo como muestra de que, efectivamente, estaba allí y no producto de una alucinación. Esa vez no me repudiaron; porque, al fin y al cabo, bombeaba sangre a mi portadora. Yo la merecía aun cuando no funcionaba muy bien. Decían que estaba enfermo porque no conocía eso que llamaban "Sentir". Palabra cuyo significado desconocí hasta que maduré. 

Fui solitario, quizá marchito. Lleno de anhelos que jamás llegaban a aquella que soñaba cosas imposibles. Y para remediar esto, el médico que siempre acudía a ella en los momentos donde mi portadora no alcanzaba a saludarle con el entusiasmo que debería merecer, le recetó que me alimentara de los sueños que sólo manan de los libros. Me sumiera en los albores de la inocencia que sólo se encuentra en quienes ven el arte de la vida por primera vez. También que jugara conmigo al sentir y al padecer aun si no supiera que significaba eso. Me susurrara muchas veces que todo iría bien, pero ni eso logró hacerme cantar ni una ínfima nota. 

Admito que mi dueña era una niña de mente imaginativa, mas jamás había sentido ni amor, ni amistad, ni tristeza, ni terrores, ni llanto, ni desagrado; ni siquiera una gota de odio que pudiera mancillarla. Lo inevitable después de todo era que no llegase a sentir nada y yo, a callar, para siempre, sin que nadie descubriese la música con la que se supone había nacido. A veces por el encuentro del porqué de este sentir yo callaba. Y ese silencio a veces perturbaba a todos los que veían a mi portadora sumida en su propio mundo. Uno que ella había construido para sobrevivir en la realidad. Mucho tiempo pasó y los padres de ella buscaron ayudarle a través de otras maniobras. Si tocaba la dimensión que sólo está destinada a los mayores, pensaron en su inocencia desmedida, quizá la pequeña podría encontrar un oficio que le ayudara con su dolencia inmerecida. 

El tiempo transcurrió lento, pero transcurrió. Y no fue hasta el "Festival de los Susurros" que pude comunicarme con el que sería el mayor regalo hecho sólo para mí. Un regalo que provino de una criatura a la que muchos temieron, y que estaba también enferma, de aquello que llaman en secreto "Amor". Su corazón y yo congeniamos, nos hicimos uno desde el principio, como el sol y la luna en un eclipse de redención. Y, juntos, pudimos ver el resplandor de las sabias estrellas y la venerable luna aun en medio de un día que no había sido hecho para nosotros dos. Fuimos uno por un momento, un momento que sentí una eternidad. Así el corazón de esa criatura se carcajeó cuando me sintió callado y yo en cambio sonreí tímido en respuesta, y juntos, en ese encuentro y reconocimiento, nos levantamos y nos sacudimos cuando la criatura vestida de ilusiones abrazó a mi dueña y le susurró al oído que siempre la protegería hasta de ella misma por sobre todo y contra todo. 

Era después de todo un festival en el que debíamos denotar nuestra propia belleza y los colores que nos pertenecían. No hubo necesidad de ese beso que rompiese la maldición de alguien malévolo pues, yo mismo, provocaba que todo ocurriese y me condenaba. Todo hasta que conocí a ese corazón que era único en el mundo. Y pese a todo, pese a eso, pese a mi existencia, me derretí por esto y pensé, por un momento, que estaba en el lugar correcto aun cuando nunca tuve un hogar al que pertenecer. Yo pertenecía a un algo inalcanzable, al que nada ni nadie podía llegar y, sin embargo, aquella criatura vestida de todo había logrado tocarme con una fibra de calor y luz que me hizo brillar incandescentemente. 

Una melodía bastó para que naciese lo más hermoso de cada una de las partes que participaban, porque, al fin y al cabo conectarmos, y conectaron como jamás dos corazones y dos criaturas pudieron conectar. A ese corazón lo llamé hermano, lo vi como un amigo, lo sentí como mío, y todo cambió para mí. El en cambio guardó mi música muy en lo hondo de su ser y la hizo suya muchas veces. La utilizó para cambiarme aunque fuera un poco, y pude ser yo mismo aun en la mudez de mi vivir. 

Y pese a que mi portadora jamás conoció aquel sentimiento de enamoramiento en una primera vez u otro que se le pareciese, ni fue recibida por el mismo desde su más ferviente descubridora, a través de la que se irradiaba y era contagiada de una alegría prodigiosa, si llegó a despertar en ella otros sentidos que le ayudaron a escribir. Y las memorias, los relatos, las canciones, los cuentos y los poemas nacieron de mi dueña hechos para quiénes jamás encontraron ese ser al que llamarían amado o amada desde un hecho íntimo o la luz de un sol de medianoche. Y sin embargo, logró encontrar paz y sosiego, y yo también. 

Para mi sorpresa, muchas veces la criatura se convirtió en lo más sagrado para mi dueña, aun cuando poco la veía o hablaba con la susodicha; y cuyo corazón era extrañado por mi desde lo más recóndito de mi ser. Siempre esperaba a encontrar ese que poco a poco me sanaba aun desde la distancia, y del que disfrutaba conforme ambas, ellas, la criatura y mi dueña, yacían enlazadas y engarzadas desde una ingenuidad y una fortuna con la que han compartido todas sus más emocionantes aventuras.

Y allí las siento yo, cuando cantan, susurran, parlan e intercambian los secretos que sólo provienen de esos más valientes que sólo se logran amar a través de una amistad que renace día a día, tarde a tarde, noche a noche; aunque falten por momentos y los momentos juntos, y, sobre todo, se atreven a indagar más allá de lo que les rodea como un carrusel interminable. La existencia de ese corazón es la sonrisa que se pincela en toda la boca de mi dueña, y la única que merece ser pintada por quién la ha cuidado todo el tiempo que se ha creído extraviada a veces hasta que ambos los conocimos y somos felices. Porque la felicidad que nos entregan es un regalo que jamás desmereceremos y cuidaremos hasta el confín de los tiempos. 

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